Para inicios del siglo XXI,
los jivi era una población aproximada de 15.000 personas. Son originarios de
los llanos venezolanos pero radican actualmente en los Estados Amazonas,
Bolívar y Apure de la República Bolivariana de Venezuela.
Al igual que otros idiomas
indígenas, la traducción del nombre de este pueblo es “gente”.
Entre los jivi, el
fallecimiento de una persona es recibida con tristeza. Cuando la muerte ocurre,
toda la comunidad participa en el entierro lanzando un puñado de tierra sobre
el cuerpo del fallecido. A la persona se le entierra con los objetos que más
apreciaba y sobre la tumba se deja una totuma con agua. A partir de ese día la
casa, donde vivía el difunto, es abandonada.
Los familiares cercanos de
la persona fallecida guardan ayuno en señal de duelo y pintan sus rostros con
una mezcla de carbón y savia de árbol preparada por el shamán.
Cada persona tiene dos
espíritus para los Jivi, el yetji y el júmape.
Según la cultura de los
jivi, el yetji es el espíritu que se aleja de la persona cuando aún vive, para
viajar hasta los sueños de otros. Incluso, luego de fallecer la persona, su
espíritu yetji puede permanecer entre los vivos. En cambio, el júmape es el
espíritu que abandona al cuerpo únicamente luego de ocurrida la muerte y que
los huesos estén completamente limpios de la carne.
Luego de transcurridos entre
tres y cinco años del primer entierro, se procede a sacar los restos de la
tumba a fin de lavar los huesos, pintarlos de rojo y colocarlos en una vasija
especialmente realizada para ello. Esta vasija se entierra entonces en la
vivienda de alguno de los hijos o familiares del fallecido. Este segundo
entierro es una ocasión festiva en la cual se danza y se ofrece bebida y
comida.
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