viernes, 20 de julio de 2007

HERENCIA INDIGENA




Nuestra descendencia indígena resulta notoria porque está en las palabras que usamos a diario. La nomenclatura geohistórica está llena de nombres indígenas. Desde términos puros –como Cumarebo, Paraguaná, Curimagua, Cumaná, Píritu, Aragua, Maracay, Muchichíes, Mucuchachi, Chejendé–hasta los resultantes de la mezcla indohispana –como Santa María de Ipire, Nueva Segovia de Barquisimeto, Santiago de León de Caracas o Espíritu Santo de Guanaguanare.

También utilizamos palabras indígenas en los nombres de árboles y vegetales –como la macanilla, chaguaramo, mapora, urupagua, dividive, ceiba, jabillo, urape, samán, araguaney, totumo, anime, mijagua, maguey o cocuiza– Y con los nombres de los animales sucede igual aquí tenemos –nigua, cunaguaro, acure, araguato, báquiro, bachaco, caimán, casiragua, cocuyo, paují, arrendajo, turpial, tucuso, arigua, caricare, oripopo, carrao, chaure, piscua, guacamaya, guanaguanare y zamuro–.

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