Existían dos hermanos sobrehumanos el mayor se llamaba Mayowoca y el menor Ochi. Y Ucara, el cacique poderoso de la tribu vecina de los Piaroa. El aspecto exterior de Ucara era de un verdadero demonio. Tenía un cuerpo gigantesco, cubierto con pelos, como una danta. Era caníbal y mucha gente de las tribus vecinas había ido a parar a las hogueras preparadas para sus orgías de carne humana.
Y desde el principio era enemigo declarado de los dos hermanos héroes. Un día apareció una posibilidad espantosa para que Ucara pudiera destrozar a Mayowoca: y la utilizó sin ningún reparo y con refinamiento, en la primera oportunidad, justo cuando Mayowoca había perdido a su hijo en la selva. Salieron padre e hijo de cacería y de repente el padre perdió de vista a su hijo. Por mucho tiempo el hijo de Mayowoca erró en el monte, hasta que encontró a un hombre sentado junto a un enorme fuego, calentándose.
El hijo de Mayowoca nunca en su vida había visto el fuego. Y con sumo gusto aceptó la invitación del extranjero para acercarse a la hoguera y calentarse. El hombre extraño era Ucara en persona. Y cuando el hijo de Mayowoca se inclinó hacia el fuego, Ucara, empujándole, lo hizo caer de bruces en medio de la hoguera gigantesca. Ucara asó el cuerpo del muchacho.
Al atardecer, Mayowoca también halló por casualidad a Ucara, quien le invitó a probar un pedazo de carne, que decía ser de venado. Pero Mayowoca se dio perfectamente cuenta de que aquellos restos eran los de su hijo y no aceptó la oferta. Y en un terrible silencio y en la angustia terrible del padre herido, vio, fingiendo indiferencia, cómo Ucara comía a su hijo.
Mayowoca decidió matar a Ucara. Para tal fin, hizo un pájaro grande: el águila. Y lo mandó vengar la muerte de su joven hijo, devorado por Ucara. Voló el águila a casa de Ucara dando vueltas encima de la entrada. Ucara se asomó a la puerta para deshacerse del visitante importuno. Lo agarró el águila con sus bien probadas garras y lo llevó a la copa de un árbol gigantesco, donde devoró todas sus carnes, dejando caer abajo su esqueleto. Un jaguar, al pie del árbol, acabó de devorar por completo los restos óseos del maldito Ucara.
Y desde el principio era enemigo declarado de los dos hermanos héroes. Un día apareció una posibilidad espantosa para que Ucara pudiera destrozar a Mayowoca: y la utilizó sin ningún reparo y con refinamiento, en la primera oportunidad, justo cuando Mayowoca había perdido a su hijo en la selva. Salieron padre e hijo de cacería y de repente el padre perdió de vista a su hijo. Por mucho tiempo el hijo de Mayowoca erró en el monte, hasta que encontró a un hombre sentado junto a un enorme fuego, calentándose.
El hijo de Mayowoca nunca en su vida había visto el fuego. Y con sumo gusto aceptó la invitación del extranjero para acercarse a la hoguera y calentarse. El hombre extraño era Ucara en persona. Y cuando el hijo de Mayowoca se inclinó hacia el fuego, Ucara, empujándole, lo hizo caer de bruces en medio de la hoguera gigantesca. Ucara asó el cuerpo del muchacho.
Al atardecer, Mayowoca también halló por casualidad a Ucara, quien le invitó a probar un pedazo de carne, que decía ser de venado. Pero Mayowoca se dio perfectamente cuenta de que aquellos restos eran los de su hijo y no aceptó la oferta. Y en un terrible silencio y en la angustia terrible del padre herido, vio, fingiendo indiferencia, cómo Ucara comía a su hijo.
Mayowoca decidió matar a Ucara. Para tal fin, hizo un pájaro grande: el águila. Y lo mandó vengar la muerte de su joven hijo, devorado por Ucara. Voló el águila a casa de Ucara dando vueltas encima de la entrada. Ucara se asomó a la puerta para deshacerse del visitante importuno. Lo agarró el águila con sus bien probadas garras y lo llevó a la copa de un árbol gigantesco, donde devoró todas sus carnes, dejando caer abajo su esqueleto. Un jaguar, al pie del árbol, acabó de devorar por completo los restos óseos del maldito Ucara.
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