Los kankuamos eran uno de los cuatro pueblos que habitaban la Sierra Nevada, junto con los koguis, los arawacos y los uiwas. Según su cosmogonía, cada una de las tribus representa una pata de la mesa, que es la Sierra, y ellos son los guardianes del equilibrio del mundo desde esta montaña que nace casi en el mar Caribe y se eleva hasta cumbres nevadas.
Sin embargo, como ellos estaban en la parte más baja y más accesible de la montaña se mezclaron con españoles y negros y abandonaron sus raíces indígenas hasta tal punto que perdieron su lengua, religión y costumbres. Ya a principios del siglo XX, los antropólogos los consideraba un pueblo mestizo.
La fiesta anual del Corpus Christi refleja esta fusión de culturas. Hombres con vestidos de palma de iaca y sombreros adornados con plumas de gallinas, representando la tradición indígena, bailan junto a otros con atuendos de colores y provistos de espejos y maracas, que mueven sus cuerpos bajo el ritmo de los tambores africanos. El sacerdote católico encabeza la procesión que serpentea por las calles empedradas.
Esta tendencia a la fusión se revirtió con la expedición de la Constitución de 1991, que otorgó generosos beneficios a los indígenas.
Los descendientes de los kankuamos vieron qué con las nuevas leyes las otras tribus de la Sierra, que habían mantenido su identidad nativa, eligieron representantes políticos, recibieron recursos económicos que antes manejaban políticos con otros intereses y, sobre todo, expandieron sus resguardos casi llegando a las tierras de los kankuamos.
El grupo de descendientes de los kankuamos que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, en el norte de Colombia, quieren volver a ser indígenas.
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